Viaje a los cajones del olvido | Noticias Diario de Burgos

2022-09-17 12:29:21 By : Mr. James Lee

Podría tratarse de un almacén de coleccionista, un bazar o hasta un trastero. El compendio de estanterías, cajones, armarios y bolsas que conforman la Oficina de Objetos Perdidos, en la sede de la Policía Local de la avenida de Cantabria, guarda con esmero las pertenencias olvidadas que nunca se reclamaron y es la última oportunidad para los burgaleses despistados. 

Desde que comenzó el año hasta la fecha actual, se han registrado 1.212 enseres. Con un ajetreo de más de 100 gestiones diarias y llamadas de súplica, el encargado del departamento calcula que ha conseguido devolver cerca del 85% del inventario. No hay que poner denuncia para poder solicitar objetos siempre que se demuestre la titularidad de los mismos, pero como la picaresca  llega hasta el último rincón de la ciudad, la policía debe emplear interrogatorios y comprobaciones previas para evitar los engaños. Aun así, muchas pertenencias acaban cogiendo polvo en las estanterías, a la espera de alguien que se acuerde de su existencia.

Antes de la pandemia, la oficina tenía una colección de lo más variopinta, pero el peligro de contagio obligó a restringir la entrada de objetos que tuvieran dificultades para ser desinfectados. Por ello, las cajas llenas de ropa que se enviaban desde los supermercados o las dentaduras postizas ya no tienen un lugar donde ir a parar. Las bicicletas también han dejado de ser de su incumbencia, porque ahora son tratadas como vehículos y son responsabilidad de otro departamento.

Cada elemento que se pierde sigue un viaje distinto desde que llega al mostrador de la comisaría hasta su destino final. La documentación tiene billete preferente y en seguida encuentra una salida: los carnés de identidad se envían a la Policía Nacional para facilitar la localización del dueño, las tarjetas del Sacyl se mandan a la gerencia provincial y para encontrar a los propietarios de los bonobuses se coordinan operaciones con Autobuses Municipales. Incluso las documentaciones extranjeras son dirigidas a las embajadas de sus respectivos países para que sean devueltas. 

Por otro lado, las llaves perdidas (que llenaron dos cajones en 2021) y las carteras son las reinas del inventario por excelencia. Los teléfonos también abundan en este almacén del olvido, y cada día suele llegar al menos uno. El problema es que  los burgaleses no confían en la bondad ajena, y muchas veces la comisaría es el último sitio donde buscan su móvil. «Llama mucha gente preguntando por teléfonos pero la verdad es que la mayoría de los que nos traen se quedan aquí» lamenta el encargado, que asegura que solo 3 o 4 se acaban devolviendo. 

DÓNDE ACABAN. Cuando los objetos agotan dos años de estancia en la oficina, deben retomar de nuevo su viaje. Los teléfonos, por la ley de protección de datos, se envían a un punto limpio para ser destruidos. Lo mismo ocurre con la documentación o las llaves, que se suelen reciclar. Sin embargo, otros tienen una segunda oportunidad en manos de gente que lo necesita. Es el ejemplo de unos cascos de moto que se destinaron a Ucrania cuando comenzó la guerra. Hasta las monturas de las gafas y los audífonos se salvan del olvido y son reclamados por asociaciones como Cáritas para poder entregárselos a personas con pocos recursos.   

También hay una recompensa para los ciudadanos que, cuando topan con algo de valor, resisten a la tentación de guardarlo en su bolsillo y toman la decisión de entregarlo. El encargado comenta que han llegado a recibir cantidades de dinero en metálico de hasta 2.600 euros. En estos casos, la policía recoge los datos de la persona que va a la comisaría, y si a los dos años no aparece su dueño, se le devuelve el dinero. «Esta semana he dado a una señora que vino con una cartera sin documentación los 80 euros que había dentro». 

Otras veces hay héroes anónimos que llevan objetos lujosos sin querer identificarse. Entonces se procede a realizar informes fotográficos que son enviados al departamento de patrimonio del Ayuntamiento. «Luego ellos deciden si lo quieren tasar, fundir o lo que sea» comenta el policía enseñando unos cajones destinados a joyería. Alianzas, pendientes de oro o cadenas con relieves son algunos de los tesoros que están a buen recaudo en un armario con llave. 

El servicio de devolución es la cara más amable de la Policía. «Dentro de la labor que hacemos, que suele ser más represiva, aquí la gente te trata como si le hicieras un favor» asegura el encargado. Aun así, insiste en que los verdaderos merecedores de la gratitud son los burgaleses honrados que entregan las pertenencias que se encuentran sin rumbo ni dueño por las calles de la ciudad. 

Casos aparte y objetos al borde de la legalidad Por este baúl de recuerdos han pasado enseres sorprendentes: carritos de bebé, mochilas de peregrinos que se quedan por el camino, pulseras de actividad, anillos de boda, visados extranjeros y hasta un machete. Este último lleva un año en la oficina y todavía conserva su etiqueta, lo que implica que se perdió cuando acababa de ser comprado. Por sus grandes dimensiones  (más de tres dedos de grosor), el encargado sugiere que «tiene que estar hasta prohibido». Quizás por esa dudosa legalidad y una especie de justicia poética nadie lo ha reclamado, y probablemente acabe sus días en las dependencias policiales. 

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